Para GG en su cumpleaños.

Escribir se me ha vuelto complicado con el tiempo con mi cerebro que hace mucho más ruido que antes las ideas se mezclan unas con otras y algunas otras a medio párrafo me parecen demasiado sentimentales o melosas. Hasta este momento  he intentado escribirte acerca de un unicornio (muy cursi) de Sarah Connor (evitar el tema del feminismo me fue imposible) y de una lluvia que no sucedió.

Al final decidí o más bien descubrí que lo que en verdad quería decir no lo decía y trataba de decirlo sin escribirlo, porque decir ciertas cosas dentro del matrimonio en lugar de volverse más sencillo se vuelve más complicado. Las vidas que se viven juntas, fundidas o mezcladas hacen que pasado un tiempo cuando uno se encuentra solo ya no se reconozca, porque se ha madurado o cambiado sin darse cuenta, sin introspección. El cambio le toma a uno por asalto. Como si uno se creyese actor y al estar solo se descubre que no hay tal actor que se ha sido el personaje todo este tiempo. Se vuelve pues  imposible hablar nuevamente como la persona que se fue o se creía haber sido.

Estando acá, lejos de ti por primera vez en mucho tiempo me hace darme cuenta que en realidad el YO que pensaba escondido ya no existe, que el actor o personaje (o lo que sea) al final no importa, que lo que importa es que se está acá y el camino avanzado, que lo que se ha aprendido (qué hemos aprendido) fue de la mejor manera que pudimos porque resulta que no había fórmula mágica y no es menos importante ni menos valioso que lo que hubiéramos aprendido o crecido por otro método. Al final descubro que no hay nada que recuperar  ni descubrir, no hay otro YO después de algunos años de matrimonio y otros tantos de padres, que he sido yo todo este tiempo. Me encuentro a mi o a mi después de ti, que crecí contigo, que no hay un yo aislado.

Lo que te quiero decir sin saber cómo decirlo es que estaré eternamente agradecido por haberte encontrado con todo y nuestras consecuencias, por la persona en la que me convertí y por lo que hemos logrado juntos. Lo otro que te quiero decir sigo sin saber escribirlo y usaré un fragmento de canción porque lo dice mejor y más claro y seguramente con menos rodeos.

And if you should need me through someone else’s eyes
And if into me you see more than disguise

I come down to your knees
And if ears could speak
I’d like to think what they’d say to inspire
Your sweetest desire
Since I first met you I found the love I lost
It’s just like you, looks just like you

You move so sweet, so deep
The sum of it all
So sweet, so deep
I see you again
I see you again

If we should meet again in some darkened room
I hope to my soul it could be soon

La cuarentena

Habrás sentido como al pasar los días haciendo una y otra vez las mismas cosas, en algún momento, sin darte cuenta y de forma repentina los días se han fundido unos con otros, has perdido la noción del tiempo, dos dìas se convirtieron en el mismo, eso que pasó ayer o antier sucedió en realidad hace una semana, al jueves en lugar de seguirle el viernes le ha seguido un domingo y después otro domingo.

No es que seamos tú o yo, la repetición de lo cotidiano, verás, confunde al tiempo, no le dejamos ver dónde empiezan o terminan los días y termina por repetirse, por meterse a un bucle sin salida porque el principio, si lo tuviera, no sería diferente al final y todo se vuelve la misma cosa. Todo se detiene.

Para alguien como yo (quizás como tú), a pesar de lo intrincado que puede resultar la situación, el desgaste de lo cotidiano resulta atractivo pues en la confusión de los días perdidos y los ganados, la vida deja de ser una cuenta regresiva.

La inevitabilidad del tiempo, esa que normalmente nos trae cumpleaños cuando ya no son bendición sino tragedia, queda atrás, el tiempo vencido no transcurre, no alcanza ni logra nada, después de unos días se queda quieto, muerto, rebanado, en fotografía. Los hijos siendo niños unos días más, los padres que ya no envejecen, el YO congelado en el tiempo.

Así transcurren los días (o lo que imaginamos deberían de serlo porque nadie puede contarlos) hasta que algo lo trae de entre los muertos, ese algo viene en forma de casi cualquier cosa, un accidente, un cumpleaños, una mudanza, una visita inesperada, otro diente que se le cayó a Joaquín, otra travesura de Pedro o GG que descubrió cómo hacer empanadas, el suceso entonces se vuelve una herida que se va quedando atrás con los días y la cicatriz se borra, como cualquier otra, de poco a poco. Y ahí está de nuevo, el paso del tiempo otra vez claro, irremediable.

Sin embargo nos queda la gloria que por un instante, un par de días o una semana le robamos al inexorable tiempo. Fuimos eternos.

Hoy vi a Santa Claus de nuevo.

Fui a buscar juguetes de navidad, para mis niños. Caminé por los pasillos por largo rato, comparando muñecos y pistas de carros, comparaciones de esas que solo conciernen a los adultos.

De repente escuché una voz familiar casi en mi oído –No se van a fijar en eso.

Era Santa Claus, parecía que llevaba varios minutos caminando conmigo o cerca de mí. No me asustó, pero sí me causó suficiente sorpresa para abrir los ojos bien grandes, aunque no noté mi gesto hasta que él también los abrió mucho tratando de imitarme y dejó salir un “jo jo jo” casi silencioso. –¿Cómo estás? –Me preguntó. Volteé para todos lados para saber si alguien más lo veía o me estaba volviendo loco, entonces dijo con voz muy queda, apenas un susurro que solo yo habré alcanzado a escuchar –Creen que vengo para las fotos. –señaló de forma discreta un gran sillón rojo que estaba cerca.

Me dejó sin palabras, lo primero que me vino a la mente fue que tenía tantos años sin verlo.

–No te he visto en veinti tantos años –dije.

Sin contestarme me preguntó si me había gustado algo para mis hijos, le dije que sí y apenas le señale un tren eléctrico y una carrito me dijo sin vacilar que con gusto él los llevaría. Le di las gracias y quise abrazarlo pero me dio pena o quizás vergüenza.

–¿Que tienes? –Me preguntó. Alejé la vista y fingí que prestaba atención a otros juguetes. Pensé en decirle que no importaba o que no tenía nada pero me pareció melodramático y eso no quedaba bien con Santa Claus, sentí una tristeza profunda, esa que uno siente cuando se atreve a decirse en voz alta lo que se piensa de uno mismo

–Ya no me porto bien Santa… no como cuando niño –hice una pausa y luego continué –ya no son cristales rotos o huevos crudos en las paredes de las casas, ahora es egoísmo, envidia, rencores… –Me quedé pensando en todas esas cosas que hacemos, que hago, y no les decimos por su nombre para desaparecerlas, justificarlas o ignorarlas: pecados y no hablo en el sentido religioso. Luego, tratando de ser gracioso o minimizar mis palabras, dije con una sonrisa que salió forzada –Carbón para mí este año. –Pero ya no pude decir nada, la voz me traicionó quebrándose antes de pronunciar una palabra.

–¿Y tú qué quieres? –preguntó mientras guardando el tren en un costal rojo, o eso me pareció ver de reojo porque no me atrevía a verlo de nuevo.

Tardé en contestar pero al fin me atreví a pedir algo.

–Un mejor yo –dije bajito no para que no me escucharan si no para que la voz me saliera.

–Un mejor tú –repitió –no te imaginas cuantas personas piden lo mismo.

–Eso te lo puedes regalar tú y solo tú –puso una mano sobre mi hombro dando unas palmadas apenas con los dedos.

Me volví a quedar callado por lo que pudieron ser varios minutos.

–Te voy a dejar galletas, aunque nunca he sabido si de verdad las pruebas. –tomé otro juguete para hacer tiempo.

–A veces sí. –dijo después de un jojo que se escuchó más lejano, cuando volteé alcancé a ver una bota muy grande negra dando vuelta en la esquina del pasillo.