Fui a buscar juguetes de navidad, para mis niños. Caminé por los pasillos por largo rato, comparando muñecos y pistas de carros, comparaciones de esas que solo conciernen a los adultos.
De repente escuché una voz familiar casi en mi oído –No se van a fijar en eso.
Era Santa Claus, parecía que llevaba varios minutos caminando conmigo o cerca de mí. No me asustó, pero sí me causó suficiente sorpresa para abrir los ojos bien grandes, aunque no noté mi gesto hasta que él también los abrió mucho tratando de imitarme y dejó salir un “jo jo jo” casi silencioso. –¿Cómo estás? –Me preguntó. Volteé para todos lados para saber si alguien más lo veía o me estaba volviendo loco, entonces dijo con voz muy queda, apenas un susurro que solo yo habré alcanzado a escuchar –Creen que vengo para las fotos. –señaló de forma discreta un gran sillón rojo que estaba cerca.
Me dejó sin palabras, lo primero que me vino a la mente fue que tenía tantos años sin verlo.
–No te he visto en veinti tantos años –dije.
Sin contestarme me preguntó si me había gustado algo para mis hijos, le dije que sí y apenas le señale un tren eléctrico y una carrito me dijo sin vacilar que con gusto él los llevaría. Le di las gracias y quise abrazarlo pero me dio pena o quizás vergüenza.
–¿Que tienes? –Me preguntó. Alejé la vista y fingí que prestaba atención a otros juguetes. Pensé en decirle que no importaba o que no tenía nada pero me pareció melodramático y eso no quedaba bien con Santa Claus, sentí una tristeza profunda, esa que uno siente cuando se atreve a decirse en voz alta lo que se piensa de uno mismo
–Ya no me porto bien Santa… no como cuando niño –hice una pausa y luego continué –ya no son cristales rotos o huevos crudos en las paredes de las casas, ahora es egoísmo, envidia, rencores… –Me quedé pensando en todas esas cosas que hacemos, que hago, y no les decimos por su nombre para desaparecerlas, justificarlas o ignorarlas: pecados y no hablo en el sentido religioso. Luego, tratando de ser gracioso o minimizar mis palabras, dije con una sonrisa que salió forzada –Carbón para mí este año. –Pero ya no pude decir nada, la voz me traicionó quebrándose antes de pronunciar una palabra.
–¿Y tú qué quieres? –preguntó mientras guardando el tren en un costal rojo, o eso me pareció ver de reojo porque no me atrevía a verlo de nuevo.
Tardé en contestar pero al fin me atreví a pedir algo.
–Un mejor yo –dije bajito no para que no me escucharan si no para que la voz me saliera.
–Un mejor tú –repitió –no te imaginas cuantas personas piden lo mismo.
–Eso te lo puedes regalar tú y solo tú –puso una mano sobre mi hombro dando unas palmadas apenas con los dedos.
Me volví a quedar callado por lo que pudieron ser varios minutos.
–Te voy a dejar galletas, aunque nunca he sabido si de verdad las pruebas. –tomé otro juguete para hacer tiempo.
–A veces sí. –dijo después de un jojo que se escuchó más lejano, cuando volteé alcancé a ver una bota muy grande negra dando vuelta en la esquina del pasillo.