La cuarentena

Habrás sentido como al pasar los días haciendo una y otra vez las mismas cosas, en algún momento, sin darte cuenta y de forma repentina los días se han fundido unos con otros, has perdido la noción del tiempo, dos dìas se convirtieron en el mismo, eso que pasó ayer o antier sucedió en realidad hace una semana, al jueves en lugar de seguirle el viernes le ha seguido un domingo y después otro domingo.

No es que seamos tú o yo, la repetición de lo cotidiano, verás, confunde al tiempo, no le dejamos ver dónde empiezan o terminan los días y termina por repetirse, por meterse a un bucle sin salida porque el principio, si lo tuviera, no sería diferente al final y todo se vuelve la misma cosa. Todo se detiene.

Para alguien como yo (quizás como tú), a pesar de lo intrincado que puede resultar la situación, el desgaste de lo cotidiano resulta atractivo pues en la confusión de los días perdidos y los ganados, la vida deja de ser una cuenta regresiva.

La inevitabilidad del tiempo, esa que normalmente nos trae cumpleaños cuando ya no son bendición sino tragedia, queda atrás, el tiempo vencido no transcurre, no alcanza ni logra nada, después de unos días se queda quieto, muerto, rebanado, en fotografía. Los hijos siendo niños unos días más, los padres que ya no envejecen, el YO congelado en el tiempo.

Así transcurren los días (o lo que imaginamos deberían de serlo porque nadie puede contarlos) hasta que algo lo trae de entre los muertos, ese algo viene en forma de casi cualquier cosa, un accidente, un cumpleaños, una mudanza, una visita inesperada, otro diente que se le cayó a Joaquín, otra travesura de Pedro o GG que descubrió cómo hacer empanadas, el suceso entonces se vuelve una herida que se va quedando atrás con los días y la cicatriz se borra, como cualquier otra, de poco a poco. Y ahí está de nuevo, el paso del tiempo otra vez claro, irremediable.

Sin embargo nos queda la gloria que por un instante, un par de días o una semana le robamos al inexorable tiempo. Fuimos eternos.